La producción de textiles en Acatlán, Veracruz
Jesús Javier Bonilla Palmeros
Académico del Instituto de Antropología, UV
Jesús Javier Bonilla Palmeros
Académico del Instituto de Antropología, UV
Los primeros acercamientos de un servidor con las tejedoras de Acatlán, Veracruz, se dieron en los últimos meses de 1992, cuando se inició un estudio sobre la producción de textiles de lana hacia la zona serrana de Chiconquiaco. En aquel entonces se llevaron a cabo una serie de visitas a las casas de las tejedoras, quienes accedieron con ciertas reservas a mostrar algunas de las piezas procesadas en los sencillos telares de cintura.
La producción textil en los años noventa se caracterizaba por la manufactura de mantillas, ceñidores para los niños, lienzos para enaguas y rebozos. En el caso de los ceñidores para los pequeños presentaban, sobre el fondo crema de la lana, una sencilla decoración en líneas rojas y azules. Pervivencia del antiguo teñido con tintes naturales como el rojo de la grana-cochinilla y el azul del añil.
Conforme se ampliaron las visitas a las tejedoras, se logró superar la natural desconfianza de las artesanas y se recabaron abundantes datos sobre el procesamiento de las fibras de lana, el teñido con tintes naturales, los tipos de prendas manufacturadas y, sobre todo, la serie de cambios en materia textil a través del tiempo.
El procesamiento de las fibras
Las tejedoras de Acatlán utilizaron principalmente la lana de los borregos para la manufactura de las piezas textiles tradicionales. Proceso que iniciaba con la trasquila de las ovejas, seguido del lavado del vellón con amole o tochamole (zapotáceas), cuidando que no se apelmazara la lana. Una vez limpias las fibras de la suciedad y grasa natural, se escarmenaban manualmente a fin de quitarles alguna impureza y, sobre todo, preparar las fibras en una masa esponjosa, paso previo para ser repasadas una y otra vez en las llamadas cardas, las cuales consisten en dos tablas pequeñas de madera con mango, y que en una de sus caras presentan hileras de pequeños alambres. De tal forma que al repasar una y otra vez las fibras de lana se alinean en una misma dirección, seguido de la separación de las cardas para formar delgadas capas rectangulares de fibras esponjadas.
Después de que se cardó la lana, se lleva a cabo el proceso de hilado con la ayuda de un malacate de madera, pieza integrada por una delgada vara y un volante en uno de sus extremos. Con este sencillo instrumento que se rota sobre una jícara o cajete, al tiempo que se va alimentando con cada una de las delgadas capas de fibras, se estira poco a poco hasta alcanzar el grosor requerido del hilo, el cual se va torciendo en cada giro del malacate. Por lo general, las tejedoras utilizaban dos tipos de hilo de lana, uno que presentaba mayor torsión para tender la urdimbre y otro más suave para la trama. Una característica distintiva de los hilos de lana utilizados en Acatlán era su delgadez, rasgo que permitía elaborar piezas textiles muy finas y suaves al tacto.
En la mayoría de los casos se utilizaban los hilos en los colores naturales de la lana y, en concreto, para determinadas prendas se teñían las madejas con tintes naturales, específicamente con grana-cochinilla para obtener el color rojo y el añil para el azul. Tintes que adquirían en Naolinco según informes de algunas tejedoras, quienes refieren el haber comprado en la botica de la localidad la grana cochinilla por onzas, así como los “cuadritos” de añil en algunas tiendas.
Una característica que distinguía a los hilos de lana de Acatlán era su delgadez, lo que daba como resultado una tela fina y suave. Foto: Gabriel Morales Huerta.
Teñido de las fibras
En lo referente al proceso de tinción en la localidad, sólo algunas señoras sabían cómo pintar las fibras, conocimiento que les redituaba en algunas entradas extras por teñir las madejas de otras tejedoras. Sobre todo porque el desarrollo del teñido implicaba observar cuidadosamente los tiempos y cantidades de materias requeridas en cada uno de los pasos. De inicio, había que lavar nuevamente las madejas, a fin de eliminar totalmente la grasa natural de las fibras, paso previo al mordentado de los hilos con una planta local denominada tezhuatl, cuyas hojas y ramas blandas se ponían a hervir junto a las madejas en la olla del nixcometl hasta que adquirían un tono amarillento. En el caso de las fibras para teñir con añil, se mordentaban con orines, según decían porque los orines de niños son mejores debido a que no tienen grasa.
Las madejas, que se procesaban con la planta tezhuatl y adquirían el color amarillo, se hervían con el tinte de la grana-cochinilla; y cuando ya presentaban el color rojo, se les agregaba el jugo de unas naranjas agrias como entonador, así como unos pedazos de encino colorado para que “amarrara” el tinte. En cambio para teñir de color azul añil, se preparaba con tiempo suficiente la pintura, lo que implicaba la maceración de una planta denominada muicle, pedazos de maguey, orines y tequesquite, entre otros ingredientes secretos. La “Tía Ninfa”, como cariñosamente se le conocía a María Ninfa Mendoza Aguilar, ponía las madejas a mordentar en una cubeta con orines, previo al teñido. Ya preparado el tinte se procedía a fijarlo en las fibras, mediante un control riguroso de la temperatura durante el proceso de calentamiento y evitando que no se oxigenara el líquido. Según algunas teñidoras, el proceso de tinción era muy apestoso, por lo cual debían de hacerlo con mucho cuidado y en solitario, a fin de evitar que se acercaran las mujeres embarazadas o personas que les diera asco. En caso de que sucediera alguna de estas situaciones, se corría el riesgo de que se mancharan las fibras y no se fijara el tinte parejo.
El urdido y tejido
Una vez listas las madejas de hilos, se llevaba a cabo el urdido sobre unos palos clavados en el piso de tierra, proceso que implicaba cálculos matemáticos para determinar el ancho de la pieza, así como la combinación de hilos de colores en aquellos lienzos utilizados en la manufactura de las enaguas. Caso singular en Acatlán es el hecho de contar el urdido de los hilos con base en “cuentas”, término utilizado para contabilizar tres vueltas de hilo en los palos y donde cada vuelta se integra por un hilo non y un par. A su vez la cantidad de veinte cuentas conforman un kolme.
El proceso de urdido implica organizar el intercalado previo de hilos pares y nones, cuyo cruzamiento alterno junto con el hilo de trama permite la creación de telas. Por lo tanto, ya preparada la urdimbre se pasa a los enjulios, dos palos cuya función es la de asegurar los extremos de los hilos que integran el largo del lienzo. Ya distribuidos espacialmente los hilos de la urdimbre en los enjulios, se arma el “peine” mediante el enlazado individual de cada uno de los hilos nones en una vara no muy gruesa, la cual facilitará el intercalado de los hilos en cada vuelta del tejido.
El enlazado de cada hilo par con cada non va formando la trama que conformará la tela para la indumentaria tradicional. Foto: Gabriel Morales Huerta.
La indumentaria tradicional de Acatlán
Los lienzos manufacturados en telar de cintura presentan como característica distintiva el tener rematadas las cuatro orillas, rasgo que no se puede lograr con los telares mecánicos. Dicha peculiaridad determina la estructuración de las piezas tradicionales de la indumentaria indígena, al grado de que no es necesario hacer cortes para amoldar las prendas al contorno del cuerpo humano. Por tal motivo, los textiles manufacturados por las tejedoras locales presentaban características similares a las prendas de otras comunidades indígenas.
Antiguamente la vestimenta indígena de Acatlán se integraba por un quechquemetl de lana para épocas de frio y uno de algodón en la temporada de calor, a diferencia del llamado de “gala” que se distinguía por sus finos bordados en punto de cruz. Algunas mujeres llegaron a utilizar únicamente el quechquemetl para cubrir el torso, otras en cambio lo combinaban con una sencilla bata corta que se manufacturaba en tela de algodón, y completaba la vestimenta un enredo de lana café con listados en color rojo para el uso diario, o el suntuoso enredo teñido de añil para las ocasiones festivas. El enredo se liaba al cuerpo de la mujer y se aseguraba a la cintura con una faja, la que podía ser de color café y presentar listas en color rojo para el uso cotidiano, a diferencia de la clásica faja totonaca con bandas laterales en rojo de grana-cochinilla, la cual se reservaba para la indumentaria de gala.
Desde mediados del siglo xix, se integró a la vestimenta local una tela que se procesaba en telares de pedales y era conocida como de “estilo escocés”, cuyo rasgo distintivo era el de presentar decoración a cuadros mediante la combinación de colores rojo y azul. Probablemente algunas mujeres adquirieron las telas manufacturadas en los telares de pedales, pero en otros casos fueron reproducidos, en el telar de cintura, los paños de cinco varas de extensión para posteriormente ser cortados en cuatro lienzos, los cuales eran unidos por lo largo y se añadía una jareta de tela comercial en el borde que corresponde a la cintura, aparte de una cenefa interna de tela de algodón en el reborde inferior, a fin de evitar rozaduras en las piernas de su portadora.
Una de las prendas que llaman la atención en la antigua indumentaria de Acatlán son las faldas de lana teñidas totalmente con grana-cochinilla, las cuales denotaban la posición económica desahogada de su portadora. De tal manera que a quien la vestía se le consideraba como “de dinero”. Además de su uso especial en las mujeres que recién habían dado a luz; según justificaban las tejedoras, el embarazo las dejaba muy anémicas, por lo tanto se requería de darles calor y promover el restablecimiento de la salud a través de la naturaleza simbólica asignada al color rojo. Analogía simbólica observada en otra práctica cultural de la comunidad de Acatlán, en lo referente al tratamiento de los llamados “niños azules” expresión aplicada a las criaturas que padecían alferecía, que era tratada con manteca muy lavada y combinada con el polvo de añil.
Destaca también en la indumentaria tradicional de Acatlán, el empleo del huipil de tres lienzos, y del que actualmente se conserva un solo ejemplar en posesión de particulares de la localidad. La prenda fue manufacturada con hilos de lana muy delgados y presenta unas pequeñas puntadas en hilos color rojo y azul, teñidos con grana y añil respectivamente. Aparte de presentar aberturas laterales muy amplias, rasgo que permite deducir que la parte inferior de la prenda se enrollaba hasta formar una especie de bolsa en la cintura de su portadora, tal y como la utilizaron las indígenas de San Andrés Tlalnehuayocan.
A mediados del siglo XX se generalizó, entre las mujeres de Acatlán, el uso de enaguas de manta y lana, junto con la camisa de tela de algodón y un saquito de percal con aplicaciones de encaje. Vestimenta que en la segunda mitad del mismo siglo fue desplazada por prendas comerciales, al grado de que en la última década de siglo XX y los primeros años del siglo XXI, se fue reduciendo el corpus de prendas a manufacturar en el telar de cintura, cuya producción se concretó a la elaboración de mantillas para enrollar a los niños pequeños, los ceñidores y lienzos para la enaguas o rebozos.
Lamentablemente la producción textil artesanal en Acatlán se encuentra en extinción, a pesar de que se implementó en su momento una serie de programas por parte de dependencias de gobierno; a través de cursos para revitalizar el teñido con tintes naturales y el tejido de fajas con decoración de brocado de urdimbre, que fueron impartidos por un servidor en los años 2000 y 2006 respectivamente. También se implementó la introducción del tejido en telar de pedales con la adquisición de telares, además de la compra de materia prima en el estado de Tlaxcala (madejas de hilo de lana muy delgada), y la contratación de los servicios de un maestro tejedor. Esfuerzos que no lograron reactivar la producción textil local, en parte debido a una serie de factores como los problemas en la comercialización de las prendas y sobre todo el pago justo por el tiempo invertido en su manufactura; el poco interés entre las generaciones de jóvenes, quienes no ven un futuro promisorio al dedicarse a la rama artesanal; y, sobre todo, el desgaste físico de aquellas artesanas quienes, en las últimas décadas, hicieron del rescate del tejido en telar de cintura un anhelo de vida.
A inicios de la primera década del siglo XXI, era un gusto ver a un grupo de veinticinco artesanas participar en los cursos de teñido con tintes naturales, programa implementado para reforzar los conocimientos tradicionales en materia tintórea, sobre todo porque no todas las participantes sabían hacerlo, y uno de los objetivos del curso era darles nuevas ideas en el teñido con otros colores. El grupo de mujeres lo presidia la famosa “tía Ninfa”, quien fomentaba el cariño por la antigua indumentaria tradicional de la localidad, y sobre todo animaba a sus compañeras para continuar la atractiva tradición artesanal. Hoy a diecisiete años de distancia, el singular grupo de entusiastas ancianitas se desvaneció y, por azares del destino, fue “tía Ninfa”, la última artesana, fallecida el 26 de agosto de 2017, cual capitana del grupo de tejedoras de Acatlán quien se mantuvo firme hasta el último momento de existencia de una práctica cultural que no retornará más a la comunidad.
Foto: Gabriel Morales Huerta.