El puerto y sus mudanzas
Javier Ahumada Aguirre
Traductor y editor
Hay ocasiones en que todo coincide con todo: era el año ce-ácatl, uno caña, fecha del nacimiento y desaparición de Quetzalcóatl, que un día se fue al mar de oriente y prometió volver.
El puerto de Veracruz ha sufrido mudanzas y transformaciones urbanísticas desde su fundación.
Como las aves en vuelo presienten la tormenta, así el viajero intuye la cercanía del mar o de la tierra; así también, quizá, los pueblos intuyen los dioses y las guerras. Pensemos en los imperios español y mexica antes del encuentro, la pólvora y la sangre: en 1511 el gobierno de sus católicas majestades ya se había apersonado en la isla de Cuba bajo la sombra de Diego de Velázquez (los conquistadores habían arrasado a los primeros pueblos antillanos que encontraron a su paso, por lo que cabe preguntarse: si los pueblos del Caribe tenían alguna relación con los mayas, y a su vez éstos la tenían con Tenochtitlan, ¿no es posible que los españoles ya tuvieran noticia del imperio mexica?).
Ese mismo año naufraga una expedición dirigida a Cuba cuyos escasos sobrevivientes llegan a Yucatán, la tierra de los mayas, donde son tomados prisioneros por un cacique local; uno de ellos, Gonzalo Guerrero, logra escapar a Chetumal, donde aprende la lengua y se asimila a la vida indígena, se convierte en padre y esposo, instruye a los mayas en maniobras militares y en la construcción de fuertes y bastiones, se deja crecer el pelo, labrar el cuerpo y perforar las orejas, para tener derecho a morir no como un dios, sino como jefe del ejército maya, en 1536, luchando contra los conquistadores encabezados por Pedro de Alvarado; otro sobreviviente del naufragio, el fraile Jerónimo de Aguilar, permanecerá como prisionero de los mayas hasta 1519, cuando Cortés desembarca en Cozumel y lo rescata para hacerlo su intérprete.
En 1517 habrá un golpe de vista entre Cuba y la península que anticipa la violencia por venir, cuando un destacamento de tres navíos al mando de Francisco Hernández de Córdoba toca tierra en la costa yucateca. Los reciben indígenas que «parecieron a los españoles gente de civilización superior a la de los indígenas de Cuba», según Bernal Díaz del Castillo, y los invitan a visitar sus tierras para, una vez que los tienen rodeados, atacarlos y obligarlos a replegarse; la expedición siguió bordeando la costa y en las playas de Campeche otro establecimiento indígena los amenaza y de nuevo obliga a retroceder («y por señas nos indicaron que nos vamos de sus tierras antes de que aquella leña que allí tienen junta se ponga fuego, y se acabe de arder; si no, que nos darán guerra y nos matarán»). Habrá un tercer desafío cerca de la aldea de Champotón, del que los españoles saldrán con la derrota entre los ojos, de regreso a Cuba, acaso para morir en ignominia y sin sospechar la conquista que vendría.
Seguramente el único mérito que este segundo contacto tuvo para los derrotados fue la noticia del oro, el descubrir que en esas nuevas tierras había metales preciosos que los naturales usaban para sus ceremonias y costumbres.
La noticia del oro fue suficiente para mandar una tercera expedición, encabezada por Juan de Grijalva, en la que de nuevo aparecían Bernal Díaz del Castillo y Antón de Alaminos –piloto principal de la incursión fracasada de Hernández de Córdoba-, quienes ya conocían la estrategia militar indígena.
Grijalva gana su primera batalla en Champotón vengando la derrota de su predecesor, y sigue el camino de la costa internándose en el Golfo de México. ¿Cómo habrá sido esa imagen para los primeros indios que la vieron? La visión de unas embarcaciones insólitas circundando la costa, la noticia confirmada de unos hombres blancos venidos del mar, la noticia aún incierta de armas nunca antes vistas que lanzan fuego; hay ocasiones en que todo coincide con todo: era el año ce-ácatl, uno caña, fecha del nacimiento y desaparición de Quetzalcóatl, que un día se fue al mar de oriente y prometió volver. Grijalva (que desconoce la profecía) desembarca en el río que hoy lleva su nombre, en territorio de Tabasco que entonces era el país de los chontales, quienes esperaban en pie de guerra la llegada de los hombres blancos.
Esta vez el español actúa con cautela y los chontales no sienten que deban castigar la derrota maya en Champotón. Unos y otros intercambian víveres por oro, del cual los chontales se lamentan no tener más, si bien informan que hacia el interior del golfo se encuentra un país donde éste abunda.
Hay ocasiones en que todo coincide con todo: era el año ce-ácatl, uno caña, fecha del nacimiento y desaparición de Quetzalcóatl, que un día se fue al mar de oriente y prometió volver.
La expedición ahora sabe adónde va; descubren los ríos Coatzacoalcos y Papaloapan sin despegarse de la costa y llegan a una isla donde desembarcan y descubren restos y más restos de sacrificios humanos. ¿Cómo se habrán explicado esa imagen? Del otro lado de la isla está el continente y lo saben. Al día siguiente en la otra orilla hay muchas personas con mantas de colores que parecen dirigirse a los barcos extraños. Grijalva acude a su encuentro y es saludado con regalos. Indaga si los indios tienen oro y «al día siguiente trajeron oro fundido en barras […] y una mascarilla de oro y una corona de cuentas de oro». La expedición avanza un poco más, pero el hallazgo es demasiado grande como para no regresar a Cuba con prontitud.
En el momento en que ese oro llega a manos de Diego de Velázquez, ahí se siembra la semilla de la cuarta y última expedición, la que vendría a cargo de Hernán Cortés y ya sabía que detrás del mar estaban las montañas, y detrás de éstas el tesoro.
II
Hernán Cortés sale de Cuba con una flota de 500 hombres y 100 marineros, pero sus dos principales acompañantes aún lo esperan en suelo continental: Jerónimo de Aguilar, quien le sirve de intérprete con los pueblos de lengua maya, y Marina o Malintzin, La Malinche, quien entendía maya y mexicano, que le fue regalada a Cortés por un cacique chontal junto con otras veinte mujeres.
Ya con ellos en el grupo, la expedición arriba a la isla de San Juan de Ulúa, donde una multitud se había reunido para observar a los forasteros; era el Jueves Santo de 1519. Con el auxilio de su traductora Cortés pudo saber que los indígenas eran súbditos de Moctezuma, quien dictaminaba los destinos del imperio desde una ciudad inmensa en el altiplano, a sesenta leguas de la costa, y que ése era precisamente el reino de oro que había venido a conquistar.
Ventas de Buitrón, Veracruz y San Juan de Ulúa, grabado del siglo XVI.
Al día siguiente, 21 de abril de 1519, Viernes Santo, día de la verdadera cruz, la Vera Cruz, Hernán Cortés desembarca con sus tropas en los arenales de Chalchihuecan, el mismo sitio donde hoy está erigida la cuatro veces heroica ciudad y puerto. Ahí recibe la visita de un emisario de Moctezuma y ahí inicia la construcción de la primera ciudad española en suelo continental americano: la Villa Rica de la Vera Cruz, cuya fundación fue un acto político-militar que en ajedrez sería similar a un jaque mate, porque sentó las bases de una autoridad real española, el cabildo, y gracias a la autoridad del cabildo, Cortés ya no tenía que responderle a Diego de Velázquez, todavía gobernador de Cuba, con quien se había enfrentado antes de partir en su expedición, y porque desde allí se extendieron los puentes de comunicación con los caciques totonacas de Cempoala y Quiahuiztlan, sojuzgados por el imperio mexica, cuya alianza sería determinante para la victoria sobre Tenochtitlan.
Ese primer asentamiento de la Villa Rica duró apenas seis años, pues era un puerto poco accesible que dificultaba el transporte de mercancías y las maniobras marítimas, además de que no tenía ninguna protección natural; para fines prácticos, a pesar de su bello nombre, esa Villa Rica fue más parecida a un campamento militar que a una ciudad, y se trataba de un campamento militar muy vulnerable.
En 1525 la población vivió su primera mudanza, trasladada a orillas del río Huitzilapan (hoy río La Antigua), conservando su nombre. Tal vez sea legítimo entender esto no como un cambio geográfico, sino como un cambio de épocas. Pensemos que concluida la fase militar de la conquista, la paz despierta la ambición de los que vencieron. Aquí la paz dio entrada al inicio de un intercambio mercantil normado entre España y la colonia, que abrió una época de prosperidad comercial en la cual Veracruz llegaría a ser conocido como el principal puerto español del Nuevo Mundo, mientras el primer sitio de asentamiento poco a poco se queda ciego y mudo con el nombre de Villa Rica la Vieja, despoblado por las guerras y vuelto inútil por el paso del tiempo.
Las inclemencias del clima y los ataques piratas movilizaron de nuevo el asentamiento de la ciudad.
Esta segunda Villa Rica, no obstante, tenía dos inconvenientes que los pobladores españoles no dejaban de sufrir: el clima del trópico y la indocilidad de la costa. El calor y las enfermedades tropicales diezmaban a la población extranjera, y el mar embravecido por los nortes dejaba a los navíos sin abrigo por muchas leguas, alejándolos de la playa. Es probable que estos problemas hayan sido advertidos desde el principio, pero para subrayarlos tal vez faltaba un huracán como el que azotó a la población en los primeros días de septiembre de 1552, dejando en ruinas a la ciudad y al puerto, después de que el río arrastró al médano que protegía la villa e inundó las calles, derribó bodegas y acabó con la mayor parte de las mercaderías que la ciudad protegía.
Ante la magnitud de las pérdidas, ante el asombro antiguo del hombre frente a la naturaleza, el alcalde mayor de la ciudad, García de Escalante, le escribió al virrey: «Es necesario que esta ciudad se mude en comercio en sitio que sea más sano, porque el que al presente tiene es muy malo y doliente por ser húmedo y estar entre médanos de arena y en peligro del río que, a salir otra vez como el año pasado, llevaría lo que quedó de la ciudad».
El segundo asentamiento había sido un error estratégico desde varios puntos de vista, pero la nueva mudanza no ocurriría sino hasta el último año del siglo XVI, no porque la Corona escuchara el sentido común de un pueblo que pide mudar su ciudad por segunda vez, sino por los piratas.
A la inclemencia del trópico, los inconvenientes de la costa, la falsa estabilidad de los médanos, hay que añadir las incursiones de piratas ingleses, franceses y holandeses que venían de las Antillas y que ponían en evidencia que la Villa Rica no tenía un solo medio de defensa.
El primer gran ataque pirata al puerto ocurrió en 1568 y la claridad de que podía suceder de nuevo en cualquier momento volvió prioritario tener una fortaleza donde resguardar el oro y la plata del imperio; el fuerte de San Juan de Ulúa, hasta entonces, se hallaba en un estado semejante a la vegetación; las obras de defensa que alguna vez allí se habían iniciado fueron interrumpidas porque la población de Veracruz pensaba que invertir en San Juan de Ulúa era invertir en un espacio rival, el cual podía disputarle la primacía comercial frente a la Corona. Sin embargo, los ataques de los piratas y la abundancia circulante de oro y plata en el puerto, eventualmente hicieron que el virrey Gaspar de Zúñiga le encargara al ingeniero italiano Bautista Antonelli reconstruir la fortaleza.
Veracruz consolidó su estatus de puerto de entrada al nuevo mundo.
Éste diseña un plan que contempla añadirle a la construcción algunos almacenes que sirvan para el desembarco de mercancías de las flotas de España, que hasta entonces se hacía en Veracruz, a orillas del río La Antigua; en esa época el desembarcar todas las mercancías de una flota naval tomaba hasta cinco meses, por lo que los barcos corrían el riesgo de quedar varados en el fondo del río. Antonelli argumentó también que la ciudad se encontraba demasiado lejos de Ulúa, veinte kilómetros, como para que los soldados de la fortaleza pudieran socorrerla en caso de una incursión pirata, por lo que propuso que en el mismo fuerte de San Juan de Ulúa se construyeran los depósitos de oro y plata.
Y aunque Antonelli fue ignorado en un principio, en 1599 el virrey decide mudar la ciudad nuevamente, ahora a la zona conocida como Ventas de Buitrón, frente a la isla de Ulúa, es decir, regresarla casi al sitio de su fundación original, estableciendo ahí no sólo los oficios reales, sino también las autoridades civiles y religiosas, con el nombre de Nueva Veracruz. Y el 19 de junio de 1615, el rey Felipe III confirma en cédula real el traslado de la ciudad.
Durante lo que restó de ese siglo XVII, Veracruz llevó una vida totalmente dependiente de su posición en el tráfico comercial del imperio. A pesar de un clima tropical abrasador y de una terrible, justificada fama de lugar malsano para la salud europea, la llegada de las flotas mercantiles convertía a Veracruz en una ciudad que actuaba como niño en día de fiesta, llena de gente atraída por el ruido, de intercambio cultural, mestizajes y cruce de ideas que no ocurrían en otros lugares del virreinato; los comerciantes de Veracruz llegaron a rivalizar con los de Ciudad de México y el estatus del puerto como entrada al nuevo mundo se confirmaba en oro y esclavos negros.
Bibliografía
Aguilar Sánchez, M. y Ortiz Escamilla, J. (coords.). (2011). Historia general de Veracruz. México: Sev-UV.
García de León, A. (2011). Tierra adentro, mar afuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821. México: FCE/ gobierno del Estado de Veracruz/ UV.
Poblett, M. (1992). Cien viajeros en Veracruz. Crónicas y relatos. Xalapa: Gobierno del Estado de Veracruz.
Rodríguez Herrero, H. (1999). Una ciudad hecha de mar. Xalapa: Ivec/Conaculta.