Entre formas, cuerdas y maderas, la tradición de la laudería
Claudia Domínguez
Claudia Domínguez
Veracruz es un estado que suena, tal vez por la herencia caribeña, tal vez por la resonancia indígena de sus altas montañas, tal vez por ese sonido que cruza desde el solar huasteco, atraviesa el son, el huapango y la rumba, va por el sotavento y el danzón, en Veracruz se baila, se toca y se escucha la música; pero también existe una amplia tradición de creadores de instrumentos, de artesanos y artistas que hacen que Veracruz siga sonando fuerte.
Daniel López Romero es originario de Cosamaloapan, Veracruz, descendiente de una familia de carpinteros. Encaminado en el gusto por la música tradicional, llega a Xalapa a mediados de los ochenta con la idea de estudiar Informática en la Universidad Veracruzana (UV), pero su buena amistad con los números no era compatible con las matemáticas finitas que le exigía la carrera. Así que decide rehacer el rumbo y sigue su instinto hacia la etnomusicología, atraído por los trabajos discográficos que conocía del Instituto Nacional de Antropología e Historia, pero la UV no le ofrecía esa alternativa y opta por la licenciatura en Antropología con la especialidad en Arqueología.
Daniel López, laudero originario de Cosamaloapan, Ver.
En la Unidad de Humanidades de la UV en el campus Xalapa muchos conocimos a Daniel, era un joven alto, delgado, de gesto amable y fácil charla, con una gorra tejida de colores en donde ocultaba su abundante y negrísimo pelo largo, vendía joyería, algunas piezas elaboradas por él mismo con hilos de metal, piedras semipreciosas y de madera. Era un aliado frecuente en reuniones y mítines políticos a los que acudía a dar su comentario y apoyo a través de su música. Lo conocimos también en los bares y peñas que había en la ciudad y en donde se iba a bailar son, a escuchar a los trovadores de entonces. Era parte del grupo Híkuri, al que se integra tras la invitación de Raúl García, quien era etnomusicólogo autodidacta y fue compartiendo con Daniel sus conocimientos: le enseñó a hacer recopilaciones, a hacer entrevistas a músicos tradicionales y demás. Con Híkuri, Daniel tocaba la jarana, luego quiso aprender a tocar el requinto, pero como estudiante no podía adquirir el instrumento, de modo que se animó a hacer su propio requinto copiando al de uno que le había prestado un tío, confiado en su tradición familiar:
En mi familia ya nacemos carpinteros, desde mi bisabuelo que era carpintero. En mi niñez aprendí a usar la herramienta, conocía la madera y ya sabía que los instrumentos del son jarocho eran de cedro. Entonces todo era familiar para mí. Por eso yo me hice mi requinto, además de que el costo se me hacía difícil de desembolsar, aunque trabajaba. En Humanidades tuve una transformación bastante drástica, el tomar conciencia de muchas cosas me cambió. Trabajaba comerciando con artesanías y lo dejé porque no quería contribuir a la explotación de los productores, porque además de la joyería, vendía ropa típica, cosas de piel.
Desde su primera jarana, Daniel encontró, tras mucho buscar, cuál era su vocación.
Copié el instrumento que me prestaron, pero no quise copiarlo totalmente. La división de los trastes que es muy importante, yo quería entenderla. Y me puse a investigar, también sintiendo que era bueno con las matemáticas anduve buscando en muchos lados. Hasta que Roberto Guevara me dijo: «Ve al Taller de Laudería de la UV». Roberto en aquel tiempo era el encargado del Cine Club de Humanidades.
En el Taller de Laudería me regalaron la fórmula de los trastes, me explicaron cómo se usa y me pusieron a repetirla para asegurarse de que había entendido. Cuando terminé, pregunté cuánto debía por la enseñanza. Y me dijeron: Nada, llévatela, lo único que te pedimos es que compartas lo que sabes. Me fui y trabajé en mi requinto, cuando lo acabé regresé al taller a mostrarlo y uno de los dos maestros, Antonio Amezcua, me invitó a quedarme en el taller como aprendiz. Y de ahí para el real, siete años estuve con ellos. Hasta que los maestros me recomendaron que yo hiciera mi propio taller.
Llegó un momento en que sentí que la carrera me quitaba tiempo y dejé la facultad en el quinto semestre y me dediqué a la laudería. Cuando yo hice sonar ese instrumento me di cuenta de cuál era mi vocación, incluso dejé de tocar un tiempo, porque me daba cuenta de que eso era lo mío.
Aunque por otro lado, Daniel sentía el deber de difundir el son jarocho tradicional que era lo que había estado aprendiendo, lo que había investigado y lo que Raúl García le había enseñado a buscar. Este compromiso lo llevó a retomar el grupo Híkuri, del que Raúl García se retiró, y Daniel combinó un rato el son con la laudería, así estuvo por 20 años, hasta 2008, y durante ese camino el grupo fue tomando su madurez y su profesionalización en el son, comenzó a hacer publicaciones de audio porque el proyecto de Híkuri era un proyecto amplio que incluía recopilación de versos tradicionales y grabación de grupos.
Tuvimos la suerte de encontrar un son del cual ya no se conocía la música. Humberto Aguirre Tinoco había publicado algunos versos de El Harinerito, pero tuvimos la suerte de encontrar en Cosamaloapan, al señor Antonio Vergara, quien ya estaba muy grande y casi no se le entendía, pero nos enseñó el acompañamiento de ese son, y tuvimos la suerte de publicarlo en el primer cassette que sacamos de Híkuri, ¡todavía era muy raro el CD!
En otro momento, el equipo de Híkuri apoyó la grabación del primer disco del Grupo San Martín de los hermanos Baxin, también de Los Panaderos de San Juan Evangelista, además de otras recopilaciones, sobre todo con la participación de Silvia Santos, música, artista plástica y compañera de Daniel que se integra en 1994 a Híkuri, quien también empieza a componer sones propios. En 1998 y 1999 organizan encuentros de jaraneros en Cosamaloapan, a iniciativa del presidente municipal de entonces, Juan Chiunti, a lo que se agregaron clases de son jarocho y organizaciones de fandangos en donde era evidente la transmisión de la tradición ya no tanto de padres a hijos, sino de abuelas a nietos que enseñaban a los niños a bailar y a escuchar los sones en las grabaciones a su alcance. Asimismo, el proyecto incluyó la recopilación de otras tradiciones musicales como Las naranjas y limas de La Rama, y los versos de El viejo (con motivo de las fiestas decembrinas).
Daniel López tuvo la satisfacción de recibir en 2001 la segunda Medalla Constantino Blanco Ruiz, Tío Costilla, que en su momento fue el único reconocimiento oficial que se otorgaba para el son jarocho y la décima. La primera Medalla le tocó recibirla nada menos que a don Guillermo Cházaro Lagos, un indiscutible creador y promotor del son. Este reconocimiento lo otorgaba el ayuntamiento de Lerdo de Tejada y la Casa de Cultura de ese mismo municipio. Por otra parte, su grupo de son jarocho tradicional lo llevó a sitios que Daniel nunca hubiera esperado, al ser Híkuri invitado por el Departamento de Etnomusicología a la Universidad de Santa Bárbara California en Estados Unidos, a la que Daniel asistió a tocar en 2006 junto con Silvia Santos y Ray Cadó, en donde también ofreció una master class de laudería tradicional. Ahí pudo conocer a la encargada del Departamento de Audio de la carrera de Etnomusicología, quien se ofrece a grabar a su grupo en una sesión con equipo profesional; a su vez, otro amigo que conocieron en San Francisco, les hizo otra oferta de grabación, esta persona había hecho grabaciones para Susana Baca quien con ese material fue nominada al Grammy, por lo que los de Híkuri aceptaron felices la propuesta, regresando de ese viaje con dos discos nuevos. Aunado eso a la vivencia de tener presentaciones un día en un lugar de lo más sencillo de la geografía veracruzana, a poder grabar en estudios con tecnología de primera.
A los pocos días de esta entrevista, el laudero cumplió 50 años, encontrándose en esta etapa en su momento de mayor plenitud por la experiencia adquirida y en posesión completa de sus facultades.
A la par de estos caminos, Daniel continuó con su trabajo como fabricante de instrumentos de cuerda que inició en 1989 y llegó incluso a ser responsable del Taller de Laudería de la UV, el cual dejó de existir en 2006. Pero a partir de 1996 abrió su propio taller el cual ha tenido varias direcciones en la ciudad de Xalapa y absorbe todo su tiempo, y es ese el lugar en donde se siente mejor: “Estoy solo en el taller pero no, pienso que estoy con los instrumentos que serán para alguien más y pienso que están otros viendo si estoy haciendo bien las cosas o no”. Daniel trabaja por encargo, esto es, un músico le pide uno de los 26 instrumentos de cuerda que él sabe hacer, no los elabora para un cliente anónimo:
No le encuentro sabor, honestamente, sí, he hecho unos cuantos instrumentos así, pero no siento el mismo entusiasmo. Me gusta cuando sé que es para alguien, aunque sepa tocar poco, pero trato de conocer a la persona, me gusta saber qué va a tocar, qué le gusta hacer. No siempre termino siendo amigo del cliente, pero sí soy amigo del instrumento antes de que se vaya. Y una vez que se va de mis manos, me olvido de él. No por desinterés, sino porque también debo seguir adelante y lo que ya hice antes voy tratando de hacerlo mejor. A veces veo instrumentos que sé que yo los hice, mas no me acuerdo del momento en que lo hice. A la fecha ya llevo cerca de mil instrumentos elaborados: un contrabajo, un charango, un arpa, diferentes tipos de guitarra, chelo, contrabajo y una variedad de otros instrumentos de cuerda como el tres cubano, el cuatro venezolano.
Daniel López también hace restauración de instrumentos, antes hacía reparaciones pero ya lo dejó atrás por el tiempo que esto conlleva y lo escasamente redituable que resulta; ahora prefiere la elaboración y el restauro de instrumentos antiguos. De igual forma, prefiere dejar tiempo y espacio libre para poder tener aprendices pues le agrada mucho la enseñanza de la laudería y eso le da también la oportunidad de tener otras perspectivas de su oficio:
Me pongo mis moños con los alumnos, deben estar al menos cuatro horas diarias conmigo y que tengan bien claro, a nivel de preparatoria, conocimientos de física, química, matemáticas, biología… y si no tienen idea de dibujo técnico e historia del arte que al menos tengan la iniciativa de estudiar por su cuenta, aunque sea en línea. No les pongo examen, pero es lo básico para hacer instrumentos, es cierto que se pueden hacer sin esos conocimientos incluso sin saber leer ni escribir, pero no es lo ideal. Es lo básico que debemos saber, por las medidas de los instrumentos, por el dibujo de formas, por el comportamiento de los materiales. Y es que a veces en el deseo de ser original, cuando uno no conoce algo cree que no ha existido, y no es así. Pero la laudería moderna, por decirle así, tiene al menos 300 años, y hay cosas que no se hacen no porque estén prohibidas o sean feas, sino porque no son funcionales.
Creo que el laudero debe estar para resolver las necesidades del músico, y creo que la misma música te va poniendo retos para hacer las cosas de diferente manera; no es lo que se te ocurra hacer. Que sí, a veces es la ocurrencia la que hace que algo suceda, pero en la elaboración de instrumentos no es lo más importante y pueden salir cosas disparatadas.
A veces me han preguntado si la laudería es arte o artesanía, y a mí esa discusión no me importa mucho. Yo siento que hago herramientas para los músicos, así como trato de tener la mejor herramienta posible, aunque durante mucho tiempo yo me hice mi propia herramienta porque en ese tiempo era muy difícil importar herramientas y materiales, así creo que el músico busca su herramienta para su arte. Del mismo modo, tampoco hago todo igual, aunque puedo usar las mismas plantillas para un mismo instrumento, como la jarana que es muy sencilla, y la gente reconoce ya mis diseños, no es exactamente igual una jarana a la otra, no sólo por el corte de la madera, sino que cada instrumento tiene su personalidad y también estoy yo en un momento diferente en cada elaboración, estoy yo con un saber diferente, con lo poquito que aprendí de un instrumento anterior, con lo poco que aprendí platicando con un músico, con que haya adquirido de alguien que no sabe, así he aprendido muchas cosas.
En mi camino he conocido algo de electrónica, de acústica, algo de matemáticas, algo de platería y todo eso me sirve; porque también he hecho guitarra y bajo eléctrico, para hacer mi herramienta y manejar metales. No es necesario ser músico para hacer instrumentos, pero sí es importante tener buen oído para distinguir el buen sonido, y si se requiere afinación hay ahora muchos recursos para afinar un instrumento o en su defecto se le pide su opinión al mejor músico que uno conozca. Sé mi opinión al hacer sonar el instrumento, pero es muy importante la opinión del experto sobre mi trabajo.
Elaborar un instrumento jarocho le lleva a Daniel cerca de 60 y 80 horas, espaciadas, porque cada proceso lleva su tiempo; una guitarra se lleva unas 200 horas y un violín como unas 300 horas o más. Pero el punto central son los materiales como la madera que requiere tiempo de reposo una vez cortada, para poder obtener de ella el comportamiento necesario. En el caso de los instrumentos jarochos, como se trata de madera de la región, narra Daniel que él va armando su stock de materiales:
Los tiempos de reposo de la madera exceden con mucho el tiempo de elaboración de los instrumentos, por lo que este trabajo implica un largo camino de paciencia y continua selección.
Compro la madera en Cosamaloapan y la dejo mínimo tres años a secar, pero de preferencia para la caja, la parte de atrás, la cabeza y el brazo de una guitarra, el cuerpo del instrumento que es una sola pieza de cedro, eso lo dejo de preferencia unos cinco años; para la tapa, la parte de adelante, lo dejo mínimo ocho años a secar. Se puede hacer en menos. El tablón antes de rajarlo lo dejo reposar mínimo tres años, ya de ahí voy habilitando la madera para diferentes piezas porque el cedro se usa en muchos instrumentos.
A partir de eso voy maquilando, habilitando el material, y lo dejo reposando el tiempo necesario para poderlo usar. Tengo esa preparación porque viniendo de familia de carpinteros, yo aprendí que era un «pecado» usar madera verde, tenía que estar bien seca; si no, se enchueca, se afloja, no sirve el resultado.
Tal vez ésta no es una idea original mía, pero lo que me fascina de la madera es que es un material muerto que se comporta como si estuviera vivo, reacciona a los cambios de clima, a la humedad y lo hace uno cobrar vida de otra manera al tocar la música.
Con el tiempo uno aprende a sortear las dificultades de un clima como Xalapa, en estos días de lluvias he tenido problemas con la laqueada, pero generalmente tengo clientes comprensivos, saben que no se pueden acelerar procesos. Si quisieran algo rápido hubieran ido a la tienda a comprar un instrumento ya hecho; no obstante trato de prever, por ejemplo me acaban de encargar una guitarra y pedí seis meses de plazo para su entrega para poder tener margen por si hay mal tiempo.
Para darse una idea del ritmo de trabajo de Daniel, un recuento de lo elaborado en el año es lo siguiente: 14 jaranas y 15 guitarras, en los meses restantes del año espera entregar dos guitarras de estudio, dos de concierto, una semiprofesional y otra de gran concierto, que es para Daniel su “obra maestra del presente año”.
En 2017 le correspondió a Daniel López ser jurado en el Concurso Nacional de Constructores de Guitarras e Instrumentos de Cuerda, que se organiza en Paracho, Michoacán, esta experiencia le brindó al laudero una serie de perspectivas y estímulos para su propio trabajo:
Me tocó revisar 152 instrumentos de los mejores guitarreros del país y fue increíble para mí. Por eso quiero hacer esa guitarra de gran concierto, pero todos los otros instrumentos que estoy haciendo van a partir de lo que digerí en ese momento.
En números no son más instrumentos que los ya he entregado a la mitad de este año, pero en importancia son mayores, sin menospreciar a los instrumentos jarochos. Pero me refiero a su mayor formalidad.
Esta guitarra de gran concierto, que voy a hacer por mi cuenta, es muy especial para mí porque la voy a hacer con una madera que tiene más o menos como cien años de edad, la pieza la saqué de una viga que estaba en la casa de mi abuelo, quien falleció en los años ochenta. Al hacerse modificaciones a la casa salió esa viga que conservé, la cual estaba desde que se hizo esa casa y ya en 1992 la casa tenía 65 años de haberse construido. De ese bloque que fácilmente tiene más de 90 años, ya hice dos guitarras y me queda para hacer una guitarra más.
Sobre los grados de dificultad de los instrumentos, Daniel comenta que los más complejos son el chelo y la viola, y en lo general son más difíciles los instrumentos de arco o de cuerda frotada, como se les dice, a diferencia de los de cuerda frotada, como la guitarra. La dificultad radica en que si no están bien construidos no van a sonar bien, y no sólo eso, sino que hay un fenómeno que le llaman «lobo», que en vez de mantener una nota uniforme, parece que aúlla la nota, sube y baja la intensidad y vibra de una manera rara. Un instrumento así, aunque sí llegan a usarse, se podría decir que no sirven aunque en lo demás estén bien.
Un aprendiz de laudería puede iniciar haciendo una jarana o una guitarra clásica. La jarana se considera más sencilla en su elaboración porque el cuerpo es de una sola pieza tallada, lo que ahorra horas de trabajo, contrario a las dificultades de la guitarra por ser de varias piezas. Iniciarse en este saber implica, para el caso del estado de Veracruz incorporarse a una tradición, a una comunidad de lauderos tradicionales y clásicos que tiene su fortaleza, incluyendo Xalapa, Coatepec, Xico y Teocelo pueden sumarse alrededor de ocho a diez lauderos, cuya cantidad es variable dada la alta movilidad que prevalece entre los practicantes del oficio.
Xalapa es un centro importante de lauderos clásicos, pero en Querétaro hay una licenciatura en Laudería que ha hecho que algunos se queden por allá, aunque estos jóvenes hacen pocos instrumentos durante la carrera, a diferencia de los que están por esta zona que han podido elaborar más instrumentos, algunos han ido a perfeccionar sus conocimientos en la mejor escuela de laudería del mundo: la Antonio Stradivari, en Cremona, Italia.
Yo logré insertarme por pura terquedad en este grupo, porque me formé en el Taller de Laudería de la UV que contaba con buenos maestros como Octavio Aranda y Antonio Amezcua, lamentablemente, dicho taller que empezó a operar en los años setenta dejó de funcionar en la UV en 2007.
El Taller de Laudería de la UV no era exactamente una escuela con alumnos inscritos y clases regulares, era un lugar de reparaciones para los instrumentos de los grupos artísticos de la UV, y donde cualquier universitario, estudiante o trabajador, podía acudir a solicitar sus servicios, los cuales eran gratuitos o si acaso se cobraban los materiales empleados. No obstante, siempre había interés de algún joven por aprender y se incorporaba como aprendiz, como le sucedió a Daniel quien a partir de esa experiencia, durante la cual se concentró como en un retiro religioso, halló su verdadera vocación y encontró como él dice, «ese lugar».
Si el lector desea conocer mejor el trabajo de Daniel López, puede contactarlo en su página:
https://www.facebook.com/luthier.daniel.lopez.