En algún lugar de La Vera-cruz, cuyo nombre no me quiero acordar, no hace mucho tiempo, vivía un educado servidor; gran madrugador y altamente honrado llamado, Don Quijote, o mejor conocido, como Don Orfito. Un buen día, imaginó el mayor disparate que jamás se le haya ocurrido a nadie: “convertirse en un caballero de fiscalización superior, cuya misión sería la de vigilar que todos los recursos públicos se aplicasen de manera correcta y fueran reflejados en beneficios para la sociedad.”
Para llevar a cabo su plan, necesitaba, antes que nada, vestirse de la armadura del profesionalismo para saber actuar con integridad; tomó así también, el escudo de la HONRADEZ y la lanza de la Objetividad, ya que la lucha del siglo XXI demandaba de un caballero capaz de generar confianza en la Ciudadanía.
Acabados estos preparativos, no quiso esperar más tiempo para echarse andar a los caminos. Así, sin decir nada a nadie, una mañana del mes de febrero cogió su escudo y sus armas, subió sobre su caballo y salió muy contentó a hacer realidad sus sueños.
Un buen día; llegó a una aldea llamada “Municipios” la cual era regida por un alcalde; ésta se encargaba de recibir, recaudar y administrar recursos públicos, para después transformarlos en beneficios para la población, así mismo, al concluir el ejercicio fiscal, el alcalde presentaba al Rey, un documento mediante el cual daba a conocer los resultados de su gestión…
Al parecer, todo fluía de acuerdo a las leyes de la aldea; sin embargo, algunos pobladores rumoraban la existencia de dos gigantes que desde hacía tiempo merodeaban la población, sus nombres eran “desvío de recursos”, y “abuso de funciones”; esta tropa de opresores se hacían llamar “Corrupción”, la cual se dedicaba a destruir la integridad de los Municipios; por lo que, Don Orfito sin dudarlo, estuvo decidido a combatir contra ellos.